En 1965, Víctor Zavala Cataño
se fue a vivir a la serranía de Ayacucho. En la Universidad San Cristóbal de
Huamanga trabajó como profesor y dirigió el teatro. Allí formó
brigadas de estudiantes que iban a las comunidades a representar sus obras de
teatro. El Gallo, La gallina, El cargador se convierten en éxitos que se ponen
en escena una y otra vez. El teatro campesino de Víctor Zavala se caracterizó
por una puesta en escena abierta que se presentaba en la calle, en una plaza,
en el llano; a veces en una hondonada, con los campesinos alrededor sentados en
los cerros. Nos encontramos frente a un teatro pobre, con un mínimo de
personajes, vestimenta básica compuesta de pochos, ojotas y algunas
herramientas del campo. Donde no solo se prescinde de los decorados y las
luces, sino que además el argumento ofrece una historia lineal, breve y
sencilla.
A Víctor le gustaba pasear
por el campo. No por la carretera sino por la trocha y los caminos de
herradura. En una de esas salidas con su grupo de teatro, se encuentra con una
familia sumamente pobre. Un campesino con sus cuatro hijos: todos tuberculosos.
La madre, había muerto escupiendo sangre como agua. Todos ellos tenían un
aspecto fantasmal, los ojos hundidos, la piel cuarteada y quemada por el
intenso frío. Sin embargo, les
ofrecieron su comida: agua con cebada flotando y una pizca de sal al gusto. Eso
era todo, ni una papa, ni un choclo. Era nada. A Víctor le conmovió muchísimo
que siendo tan pobres les ofrecieran lo poco que tenían para vivir. En un
instante, sintió quebrarse y salió para tomar un respiro, se enjugó las
lágrimas y regresó sonriente hacia ellos, para comer el alimento que les habían
ofrecido: “yo cogí el plato que me sirvieron y me lo devoré como un juramento,
una promesa. Fue mi elección. Asumiendo y compartiendo su destino junto a
ellos. Lo contrario hubiera sido limitarme a mirarlos y tenerles compasión”.
Esa figura se le quedó grabada. La realidad de tan buena gente le oprimía y
sublevaba el corazón. Él conocía bien la situación de los campesinos desde la
infancia ya que su familia vivía del campo, aunque, en su caso, no padeció de
estrecheces: “Yo me rebelo no por haber sufrido privaciones sino por ver sufrir
a los demás”. Este será un momento decisivo en su vida.
***
El
camarada Rolando
La llamada “La captura del
ciclo”, aquella operación llevaba a cabo el 12 de septiembre de 1992 y que
acabó con los sueños revolucionarios de Abimael Guzmán y de toda la cúpula de Sendero Luminoso. Un hecho
histórico que marcó un punto de inflexión en el país después de una larga etapa
de violencia y oscuridad. Cuando su máximo líder fue capturado él lanzó una
frase memorable: “No saben el daño que le están causando a la revolución”. Una
cruenta guerra interna donde los que más sufrieron fueron los pobres, por
quienes decían luchar. Un año antes de la caída del máximo líder, los agentes
del GEIN les seguían los pasos a todos los dirigentes, hasta que uno a uno fue
detenido.
El 22 de junio de 1991 los
agentes del GEIN detuvieron al camarada” Rolando”, uno de los integrantes de la
cúpula de Sendero Luminoso, subsecretario de la célula de dirección y mando
militar de los destacamentos de SOPO (Socorro Popular). Fue capturado en una
habitación en el distrito de Comas, en la Calle Santa Luzmila. Durante su
captura se encontraba acompañado de una mujer joven, de contextura delgada que
arrullaba entre sus brazos a un bebé de casi ocho meses de nacido. La mujer
respondía al nombre de Violeta Peralta Aldazabal. Ella era considerada “de
masa” y su labor específica era cuidar al hijo de “Rolando”. El bebé era un "Hijo de la Guerra",
producto de las relaciones extramaritales del camarada "Rolando" con
la camarada "Carmen", senderista que purgaba condena por delito de
terrorismo en la cárcel de Canto Grande. En esta pequeña habitación los agentes
de la policía encontraron varias cajas de cartón, donde se guardaban cuadros
estadísticos de las acciones realizadas por los distintos destacamentos en
campañas pasadas. Estaban los planes de acciones y reglajes para asesinar
policías, empresarios, parlamentarios y autoridades civiles.
En 1960, antes de dedicarse de lleno al
trabajo senderista, obtuvo el título
de actor en el Instituto Nacional de Arte Dramático. Más tarde sería un
brillante profesor y jefe del Departamento de Lengua y Literatura de la
Universidad Nacional Guzmán y Valle. Es autor de compilación de obras de teatro
titulada: Teatro campesino, Escena contemporánea, Teatro Infantil, El color
de las cenizas y otros relatos, entre
otros. En la Cantuta, Zavala conoció al
fallecido escritor Oswaldo Reynoso. De inmediato, hicieron una gran amistad
puesto que los unían los mismos intereses sobre el arte y la literatura. En una
entrevista realizada en el 2009 por el aniversario de los “40 años del teatro
campesino”, el autor del recordado clásico “Los inocentes” reconoce el aporte
artístico de Víctor Zavala en el teatro: “Fue el primero que puso en el
escenario, del teatro peruano, a los desposeídos como el cargador, la empleada.
Estos personajes antes aparecían de forma utilitaria en cambio Víctor les dio
un papel protagónico”.
…
En la actualidad, en uno de
los distritos al sur de Lima respira el hombre que alguna vez fue un volcán,
ahora está casi extinguido. Víctor Zavala, tiene 87 años. Lleva tres años
cuidado de su familia, luego de haber cumplido una condena de 25 años por
terrorismo. En una de sus últimas fotos, Víctor parece ser sorprendido mientras
tomaba su desayuno, saluda la cámara con una sonrisa muy ligera, casi
imperceptible. Lleva siempre una boina negra, una camisa y un abrigo o casaca. Su
acostumbrado pantalón de vestir negro, con sus zapatos negros relucientes. El
ambiente parece ser el comedor de su casa, detrás de él un vistoso retrato
suyo, con el inconfundible estilo y trazo del pintor Bruno Portuguez. Luce un
rostro demacrado, flaco, con la piel marchita y unos ojos empequeñecidos
producto de las cataratas en la vista.
Carlos Zavala, el hijo menor
de Víctor, está acostumbrado a verlo casi ausente: siempre callado, pensativo y
distante. Vive junto a su padre desde que salió de prisión hace algunos años. Así
pasa sus días, retirado de la vida política y de todas sus contradicciones.
Parece vislumbrar una lucha en su mundo interior, quizás logre preservar en su
conciencia explicándose que su militancia nació como un sacrificio personal
para luchar por las injusticias, como solía decirlo. Ahora reaparece en lo
furtivo e inseguro de una mirada que alguna vez tuvo que ser categórica e
inflamada.
El
hijo de la Guerra
Era el 22 de junio de 1991 y
los agentes del GEIN detuvieron en el interior de un garaje oscuro al camarada
"Rolando". En un rincón de la habitación, había una mujer joven, de
contextura delgada que arrullaba entre sus brazos a un bebé de casi ocho meses
de nacido. Respondía al nombre de Violeta Peralta Aldazabal. Ella era
considerada “de masa” y su labor específica era cuidar al hijo de “Rolando”. El
bebé era un "Hijo de la Guerra", producto de las relaciones
extramaritales del camarada "Rolando" con la camarada
"Carmen", senderista que purgaba condena por delito de terrorismo en
la cárcel de Castro Castro.
Carlos Zavala Gonzáles tiene
28 años, se presenta como el hijo menor de Víctor Zavala. Lleva una chompa de
lana guinda, pantalón oscuro semi pitillo. De contextura atlética, lampiño, el
color de su piel es mestizo, cejas pobladas y ojos grandes. Porta un celular que mira por ratos como
disimulando su timidez. Durante los
primeros momentos evita referirse al pasado de su padre. Recuerda que desde
niño siempre evitó enterarse de muchas cosas, no lo quería ver, escapaba de la
televisión para evitar ver los juicios que acusaban a su padre de ser parte de
una organización terrorista: “Mi familia sí veía los juicios, pero yo prefería
irme a mi cuarto”. Comenta que cuando era niño y preguntaba por qué su padre
estaba en la cárcel, su familia le decía que estaba preso por atreverse a
luchar por un país más justo. Carlos afirma que admira la determinación de su
padre por haber elegido ese camino para cambiar una realidad injusta, pero cuestiona
la fuerza de su organización: “Quizás no fueron realistas, conquistar el poder
¿con qué armas? ¿con qué fuerzas? No había equilibrio en eso, ¿cómo enfrentas a
un estado que tiene las fuerzas armadas? no se puede con tan solo buenas ideas
y bastante ánimo. Creo que se embriagaron con la ilusión y no fueron
realistas”.
El día que arrestaron a su
padre, Carlos era tan solo un bebé de 8 meses que ignoraba por completo todo lo
que pasaba a su alrededor. Cuando recuerda este episodio, él sonríe
ligeramente, comienza a ver nerviosamente alrededor. Con una paranoia que
contagia. “Cuando detienen a mi padre yo estaba con él. Mi familia me contó que
en ese tiempo había mujeres del partido que me cuidaban porque para entonces mi
madre estaba en la cárcel. Supe que hubo algunas mujeres que me cuidaron cuando
era un bebé hasta antes que detenga a mi padre”. Da un profundo respiro y
agrega que María, su madre bilógica, cayó presa en 1989 y que le dijeron que al
nacer solo estuvo con su madre tres semanas. Creció creyendo que su verdadera
madre era Yolanda, la esposa de su padre. Hasta que un día, en una de las
visitas al penal, Víctor le confesó que su verdadera madre se llamaba María
Gonzáles y que pronto iría a conocerlo. Tenía 8 años.
En junio de 1986, el hermano
de María, Toribio Gonzáles, estudiante sanmarquino es asesinado en el Frontón
junto a unas decenas de presos acusados de terrorismo. A partir de entonces,
ella decide meterse de lleno en las acciones de SL. María Gonzáles, llamada también, “camarada Carmen”
tenía 22 años cuando conoció a Víctor mientras ambos militaban en el PCP – SL.
Producto de esa relación sentimental nació Carlos Zavala Gonzáles, último hijo
de Víctor. “Nunca les he dicho estos
reparos que tengo a mis padres, pero siempre voy a respetar lo que hicieron. Yo
soy un hijo de la guerra, soy el resultado de eso justamente”.
***
El
legado artístico de Víctor
María Elvira tiene 52 años,
es hija mayor de Víctor Zavala Cataño. Profesora de teatro de la Escuela
Nacional Superior de Arte Dramático. Tiene una voz muy melodiosa y potente
cuando habla. Luce por momentos con la expresión seria. Es una mujer que no se
le parece físicamente mucho a su padre. Tiene el cabello muy rizado, con un
volumen que hacen ver su cabeza más grande. Está maquillada, menos sus labios
que lucen un color natural, es de estatura media. Viste un poncho de lanilla
que le cubre hasta las rodillas, luce muy cómoda con unos zapatos de
plataformas bastante altas. Lleva consigo una cartera de con tejidos y motivos
andinos.
Cuando me habla sobre su
padre su expresión se transforma completamente, como la de una mujer encantada.
“yo crecí con toda la escuela artística de mi padre. Desde pequeños vimos a
papá y mamá haciendo teatro, escribiendo cuentos o haciendo poesía. ¡Uff..! ¡a
él le encanta hablar de todo lo que hizo!”. Hace una pausa y contesta los
mensajes de su celular, luego de unos minutos se adelanta a mi pregunta y habla
sobre cómo les gustaba, a sus hermanos y a ella, actuar cuando eran niños. “Yo tenía 6 años. Mi madre lo ayudaba en los
ensayos y nosotros también queríamos actuar siendo muy niñitos, éramos hermanos,
aquel entonces. Comenta que en su niñez ella y sus hermanos viajaban con el
grupo de teatro de los adultos. Y que su padre les escribió algunas obras de
teatro para niños como “La hormiga y la cigarra”, “Las aventuras del zorro y el
conejo”. Con esas obras hemos participaron en festivales de teatro para niños:
“Los cuatro hermanos con la mamá y el papá. Nosotros actuábamos y mi papá nos
dirigía y mi madre hacía la música.”
María Elvira
recuerda con terror y cierta indignación cómo juzgaron la salida de algunos ex
militantes de Sendero Luminoso. “Era horrible prender el televisor y ver con
qué ensañamiento una caravana de personas se amotinaron fuera del penal para
recibir a Maritza Garrida”. Ella temía que lo mismo hicieran con su padre así
que planeo que su salida fuera sigilosa. Aquel día de la salida de su padre, a
ella le retumbaba el corazón. Sentía miedo y alegría, una mezcla de ambos
sentimientos. En julio de 2016 después de cumplir una condena de más de 25 años
de prisión, Víctor salió de prisión. Y de inmediato lo apresuraron a subir a
una camioneta que lo esperaba muy cerca. Ella recuerda con nostalgia la época
en que se celebraban el cumpleaños de su padre. El 2017, en su primer
cumpleaños, estando ya en condiciones de libertad. Elvira Zavala y su grupo de
teatro se pusieron de acuerdo para escenificar dos extractos de su obra “El
collar”. “Actuó mi hijo, mi hija hizo el papel principal de la sirvienta, actuó
una colega mía y yo hice del “capataz. Al terminar la actuación, mi papá lloró,
se emocionó mucho”. Fue como un homenaje para él después de tanto tiempo. Le
hicimos una torta hermosa con la impresión de la pasta del libro “Teatro
campesino”. Víctor contemplaba dichas escenas, que tantas veces hizo, pero
ahora interpretadas por su hija y sus nietos.
María Elvira
evita referirse, en todo momento sobre las acusaciones en contra de su padre y
de su papel en el PCP-SL. Omite estas preguntas y prefiere concentrarse en el
arte que desarrolló su padre. Cree que su aporte artístico es importante. Por
ello, le pareció injusto que en la Exposición “Panorama del Teatro del siglo XX” que se desarrolló en octubre
2010, en la casa de la literatura, se haya omitido el aporte de Víctor Zavala
en el teatro. “Ahora su salud es muy frágil, casi ya no sale porque se enferma
muy rápido”. Elvira, admite de que no quieren saber nada Sobre la vida pasada.
No obstante, parece que la procesión va por dentro. De pronto parece atisbar
una furia incontenible y dice con voz tajante: “desde que salió en libertad
somos bastante distantes con la gente de su pasado y con todo lo que tiene que
ver con eso, es por su tranquilidad y la nuestra”.
Víctor Zavala y el teatro de Sendero Luminoso
La denuncia social aparece
como un destino de las propuestas escénicas del Teatro Campesino de Víctor. El
acercamiento a los públicos de las clases populares tenía una intención
política que demandaba tomar partido : “No queremos solo divertir al público,
nosotros no hacemos caridad cultural. Nos interesa la participación de ese
público en el desarrollo cultural, social y político de nuestro país. Con
nuestro teatro queremos transmitir una posición, una actitud frente a nuestra
realidad histórica”. Zavala plantea que debe ponerse al servicio de las masas y
debe poder movilizarlas y estos son dos de los principales elementos
fundamentales en el trabajo político de Sendero Luminoso con su teatro.
En la “La gallina”, por ejemplo, intervienen
tres personajes: el cabo, el campesino y el anciano campesino. El campesino
(sujeto), es acusado de haber robado una gallina de la hacienda de Raúl Cepeda.
Cuando leemos la obra, nos damos cuenta de que la causa de su arresto es haber tomado
una gallina para hacer caldo. Esta gallina había sido atropellada por el hijo
del hacendado. Así, todas las obras del teatro campesino subyacen la intención
de concientizar al campesino. Se plantea la existencia de una explotación
descarada de la que los campesinos, por su inocencia y confianza, no logran
percatarse. No obstante, en sus obras siempre hay un joven que logra persuadir
a sus compañeros de que están siendo injustamente tratados y de que la única
solución es rebelarse.
El sociólogo peruano, Gonzalo
Portocarrero, en su libro “Profetas del Odio”, se refiere a Víctor como uno de los
principales impulsores de la propaganda política de Sendero Luminoso llevada a
cabo a través del llamado “Teatro Campesino”. Lo señala como el puente que
permitía que la propuesta política de Guzmán llegara, vía los jóvenes
estudiantes, al mundo campesino. Asimismo, Portocarrero, hace un análisis de
dos de sus obras más representativas del “Teatro Campesino”, El gallo y El
cargador, donde afirma que estas obras internalizan una imagen miserabilista de
los sectores populares. “Las obras de Víctor Zavala son, en realidad, el
intento más exitoso por devolver al mundo indígena una imagen “miserabilista”
de sí mismo. Una imagen donde lo que se ponía por delante era la pobreza y la
falta de agencia. Pero, también una cierta expectativa de salvación y felicidad”.
***
El
trabajo artístico de Víctor en las “Luminosas trincheras”
Me lo dice Carlos Lamas, un
ex militante del PCP- SL. Recuerda que
la primera vez que conoció a Víctor fue en el penal Canto Grande, en 1991: “Víctor
siempre estaba vestido siempre todo de azul o negro, con una boina tipo Jorge
Chávez. Veía a una expresión seria con sus cejas pobladas”. Lo recuerda como
alguien que siempre andaba inmiscuyéndose en cosas artísticas. “Recuerdo que en
esa época año 91’ había una camada de diez pintores, uno de los cuales, era muy
amigo mío y él me hablaba mucho de Víctor y me decía: “todos estos pintores se
habían formado, de algún modo, bajo la influencia de Víctor estando en
condiciones de libertad”.
Víctor tenía una mirada que
intimidaba a cualquiera, sobre todo si algo le parecía mal. “Recuerdo cuando
Víctor dirigía un trabajo general y yo estaba muy por debajo de él obedeciendo
instrucciones. Una vez yo tenía que llevarle las ideas que tenía para proponer,
en ese entonces no teníamos papel y yo escribí en papel higiénico. Es así como
le expuse las ideas que tenía y le entregué el papel con una pésima escritura. Entonces
me recibe el papel y tan solo con la mirada, era como si me dijera “Carlos no
corresponde que me entregues esto”. Con un gesto tan breve y sutil que yo
recogí de inmediato mi papel y me fui avergonzado”.
Carlos, lo recuerda como
alguien que parecía una montaña, siempre estaba muy sereno, inamovible, aún en
situaciones bastante difíciles o incómodas. Pero el estallido más violento contra Víctor
vendría con el fracaso del llamado “Acuerdo de Paz” entre PCP-SL y el gobierno
de Fujimori. En esta etapa muchos militantes presos del partido comienzan a
cuestionarle a Víctor su rol como dirigente. Lo critican severamente por haber
aparecido con toda la cúpula en televisión nacional, haciendo un llamado al
cese de la guerra. Y esta etapa coincide con el periodo en que menos produce
artísticamente.” A partir del año 1995, luego del fracaso del acuerdo de paz,
Víctor comienza a vivir una época difícil donde fue maltratado.
Además, Carlos Lamas señala a
Víctor como uno de los principales constructores de la imagen Sendero. Para ello,
recuerda el conocido video titulado "Luminosa trinchera de combate" que
muestra la marcha de senderistas mujeres por el patio principal del penal Canto
Grande.
El video de las chicas en el
penal Canto Grande marchando, con el fondo de una pintura que era un afiche,
con la imagen de Abimael Guzmán. Eso es un afiche, que lo pintaron las
prisioneras que quisieron tenerlo como fondo para sus marchas. El afiche
original es por los diez años de la lucha armada.
- ¿Quién crees
que diseñó el afiche? ¡Víctor!
- ¿Lo viste?
- ¡Claro pues! yo
recuerdo que él llevaba una foto de Guzmán de los años 60’, donde él está con
varios intelectuales y él está sonriendo, yo lo veía echando ojo a la foto y
musitando “esto puede ser así, esto le puedo poner” luego eso se convirtió en
un cuadro que se pintó ahí y estuvo a cargo de una camada de pintores y ahí vi
por primera vez el afiche. Según Lamas, Víctor estaba a cargo del organismo de
arte del partido y se habían fijado la tarea de la creación de afiches por el décimo
aniversario del PCP-SL. “Tú veías a Víctor en el patio del penal dando
indicaciones, a un grupo de pintores. Claro que los artistas ponían su pincel,
pero Víctor componía toda la imagen, diseñaba la idea”.
***
La entrevista con
Walter Cárdenas Vargas tuvo lugar en una antigua cafetería ubicada cerca de la
Plaza San Martín. Lleva una gorra negra sin ninguna inscripción. Viste un polo
negro encima una gastada casa jean, pantalones jean clásicos, zapatillas
negras. Porta un bigote blanco y tupido, cuyos extremos rozan la barbilla. El
ex secretario del PCP – SL o como lo sindican los agentes del GEIN,
lugarteniente de Abimael Guzmán. Un hombre que cumplió una condena de 25 años
por el delito de terrorismo y que salió en libertad en el 2016 acude a la entrevista
bastante desconfiado. ”Del trabajo que Víctor desempeñaba en el partido no
puedo hablar, tendría que hacerlo el mismo. No está bien que hable de alguien
que tenía responsabilidades en el partido. Hay cosas que deben permanecer así”.
Recuerda que cuando llegó al
penal Castro Castro, en el año 1995, se enteró de muchas cosas desagradables.
“Cuando llegué al penal Canto Grande (Castro Castro) me había enterado de que,
durante las negociaciones por el Acuerdo de paz, muchos dirigentes aquí eran
severamente cuestionados y había una gran división. Tanto es así que algunos
grupos debatían largas horas que podrían prolongarse hasta la madrugada y
terminaban liándose a golpes. Prácticamente nos echaban la culpa de la derrota
de la guerra, de las largas condenas y de todo lo malo. Muchos renegaban de su
situación y no asumían que este este era el precio que debían de pagar si
perdíamos, no eran conscientes de eso”. Se
reacomoda sus lentes que tienen un marco negro y grueso. “El compañero Víctor
pasó muchos momentos bastante injustos en prisión. Sé que su condición de
dirigente no lo exígeme de toda responsabilidad, pero él no era el único
responsable, así que no merecía tanto cargamontón”. Admite que quizás este
hecho haya afectado su trabajo artístico porque coincide con la época en que
produjo menos artísticamente. “En efecto, cuando llegué ya desde hacía tempo no
se hacía arte, los talleres y presentaciones artísticas que acostumbrábamos a
hacer en las prisiones ya no se hacían. El ambiente de camaradería y
compañerismo ya no era el mismo. Recién a partir del año 2003 se comenzó a
retomar el trabajo”.
Intenté a través de María
Elvira Zavala y Carlos Zavala, llegar a Víctor, sin embargo, nunca accedieron a
mi petición. Tras varios intentos fallidos, intenté verlo de lejos en una de
esas acostumbradas caminatas que suele dar a las 11:30 am. Cerca al parque de
su casa. En efecto, lo vi caminando, apoyado en un andador. Camina muy despacio
acompañado de una enfermera. Está vestido con una chompa oscura y enfundado con
una chalina en el cuello. Lleva su acostumbrada boina, estilo Jorge Chávez,
color negro. Tiene los zapatos negros muy brillantes. Vislumbré en su expresión
un sentimiento de soledad, su mirada se dirigió muchas veces hacia el piso de
un lado a otro como si varios recuerdos, se le vinieran a la mente y le
retumbaran la consciencia. Víctor Zavala ya no luce como una montaña serena e
inamovible que alguna vez tuvo que ser radical e inflamada. Hoy es un volcán
casi extinto.